martes, 6 de noviembre de 2012

El aire que respiro

Sábado, 5 de mayo de 2012


La primavera llega a Pekín y son las distintas variedades de sóforas quienes mejor dan cuenta de ello. Las avenidas de la universidad se cubren de racimos blancos, y la esbeltez de sus troncos simulan un ejército bien formado abriendo paso al transeúnte.




Las sóforas o sofor (en masculino) es una variedad de acacia que se conoce en España por el “árbol de la miel”, “árbol de las pagodas” o “falsa acacia del Japón”. Suelen poblar los paseos de las grandes ciudades europeas y americanas. Así, en Madrid o Barcelona podemos encontrar avenidas franqueadas por sus troncos rectos, e incluso, en parques tan bellos y emblemáticos como el de Ferrera en Avilés. Es un árbol de hoja caduca proveniente de China, aunque sea Japón quien se haya atribuido falsamente su autoría. Se cree que a España llegó en el año 1750 a través de Francia, de la mano de Bernard de Jussieu. Este eminente naturalista, conocido entre otras investigaciones por ser el encargado de reordenar las plantas del Jardín Real del Trianon de Versalles, tenía una estrecha relación con nuestro país, al que conoció de joven, y donde descubrió su pasión por la botánica.



No muy distinto es el caso de la “sófora japónica pendula” o “sófora llorona”, prima hermana de la anterior, que se introduce en París, primero, y después en España, a mediados del siglo XIX. Con sus ramas ondeantes al viento, y sus hojas desprendiéndose lentamente como las del sauce, ha sido la principal inspiración de la pintura china durante siglos.








Acompasada por las columnas salomónicas de las sóforas, me adentro en el barrio popular de Weigongcun. El silencio del campus desaparece ante el bullir vívido de la ciudad. Es una mañana de sábado, y el cielo azul, tan extraño en Pekín, dota de una luz especial a sus calles. Todo parece hoy un poco menos sucio, especialmente esta zona que al no ser turística, muestra siempre su cara desnuda, sin ningún tipo de maquillaje. Hasta la contaminación ambiental simula darnos hoy una tregua y no se necesita la mascarilla para respirar.





Vivir en una ciudad con una atmósfera tan cargada como es Pekín te hace meditar sobre algo tan esencial y gratuito que ni siquiera eres consciente de ello: el aire que inspiramos. Hay días en que hay tanta polución que cuesta respirar. Por eso, el uso de las mascarillas. No se trata de una prevención contra la gripe, de un evitar contaminar a otros, es más cuestión de supervivencia, de protegerse uno mismo contra un medio hostil. Esta idea que tenemos los occidentales cuando vemos en el telediario ciudades de Asia donde circulan o caminan con mascarilla y creemos que es para no transmitir los virus a otros, es falsa. Las mascarillas se llevan principalmente los días donde la contaminación atmosférica es tan elevada que es perjudicial para la salud. Por eso, en esos momentos de alto riesgo, lo mejor que uno puede hacer es procurar salir lo menos posible, estar en establecimientos cerrados, y si se va a practicar algún deporte, no hacerlo al aire libre. No suelo mirar el nivel de contaminación a través de webs americanas (que son las que informan de la realidad) para no asustarme. Me basta simplemente salir a la calle y respirar. Si al hacerlo siento sensación de ahogo, ya sé que ese día es mejor quedarse en casa, o en la facultad, y salir solo lo necesario. Realmente, si aún y todo  decides pasear durante un buen rato, terminas sintiéndote enfermo y débil, como si un veneno se adentrase en tus pulmones.
Pero hoy, el cielo azul y el sol parecen indicar que la ciudad se rinde a tus pies y que es un excelente día para caminar. Y qué mejor forma para ello que emular las costumbres de las mujeres chinas: sombrilla en mano, y paso tranquilo.








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