jueves, 29 de marzo de 2012

Día Internacional de la Mujer


Miércoles, 7 de marzo


            El día internacional de la mujer es todo un acontecimiento en China. Desde la universidad recibimos una invitación formal para asistir a la conmemoración del 8 de marzo. Todo el protocolo a seguir me recuerda a los requisitos exigidos en España para cualquier acto en el que intervenga la Familia Real. Una vez que confirmamos nuestra asistencia, y comprueban que nuestros pasaportes están en regla, recibimos una invitación donde se nos dicen las normas a seguir, en inglés y en chino. La recepción tendrá lugar a las 3 de la tarde, el 7 de marzo, en el Salón de Banquetes del Palacio del Pueblo, y debemos llevar ropa formal.

 

Cuando el autobús pasa a recogernos nos damos cuenta de que todas, salvo el fotógrafo y el conductor,  somos mujeres y la mayoría profesoras extranjeras de  distintas facultades. Nos dejan en la enorme plaza de Tian’anmen y vemos con sorpresa que han cortado el tráfico. Es un espectáculo único para todas nosotras, primero, el poder entrar en uno de los edificios públicos más importantes de China, vetado incluso para la gran mayoría de sus ciudadanos; segundo, porque el tráfico diario de Pekín en esta zona hace inapreciable toda la magnitud del edificio. Hoy todo está de gala. Decenas de banderas rojas ondean sobre su tejado, mientras los coches de lujo aparcan delante de la escalinata.


Tras pasar los controles rutinarios nos adentramos, aunque parezca una contradicción, en un mundo de sobriedad lujosa. Cuadros espectaculares de pintores chinos, alfombras rojas de máxima calidad que arropan nuestro pisar,  y todo, columnas, lámparas, y escaleras con unas dimensiones que triplican la medida humana. La exquisitez con que ha sido preparado el evento se deja ver en el jardín de  azaleas que adornan las bases de los cuadros y el escenario, así como en la pulcritud y el orden que impera en cada salón.



A través de los altavoces nos  invitan a pasar al Salón de Banquetes y cuando llegamos allí, me doy cuenta que el espectáculo no lo constituyen las mesas elegantemente vestidas, ni los cubiertos dorados, sino la multitud de mujeres venidas de todo el mundo que buscan su sitio. De repente, es sentirse espectador de un documental antropológico, pero sin la distancia de la pantalla. Japonesas con sus kimonos, paquistaníes con saris, africanas con largos y coloridos vestidos o chinas con uniforme militar.



Mientras observo el  espectáculo, la música suena y comienza la actuación. Ágiles acróbatas, fragmentos de ópera china, sopranos, tenores, bailarines, despliegan todo su arte en una gala en la que la emoción se sigue a través de las miradas emocionadas de muchas mujeres, mientras degustamos un té de máxima calidad acompañado de frutas y dulces típicos del país. Realmente, todo es exquisito, y cuidado al máximo detalle.



Entre tanto boato, hay una mujer que capta especialmente mi atención. Vestida de forma sencilla, con un pañuelo de seda y jersey de lana, parece venir directamente del campo. Observa entusiasmada todo lo que acontece; a veces, sonríe, pero la mayor parte de las veces, se queda seria, solemne, como un niño cuando comienza a descubrir el mundo,  como quien lleva sobre sus hombros una sombra que pesa o como quien no entiende qué es todo este esplendor. Su mirada se escapa al ojo de mi cámara, mientras pienso que ella, con sus arrugas,  y su dignidad serena, forma parte del gran anonimato del ser humano, ese que padece, sufre, y a veces se ríe, mientras otros, unos pocos, juegan conscientemente con nuestras vidas. Este pensamiento me trae a la memoria los versos de Machado de esas "buenas gentes que viven,/laboran, pasan y sueñan, / y en un día como tantos, /descansan bajo la tierra".





lunes, 26 de marzo de 2012

Paisaje invernal con patinadores y ave sin trampa


Domingo, 4 de marzo


Al detenerme en el puente del Lingote de Plata, entre los lagos Hou Hai y Qian Hai llama mi atención el grupo de patinadores que extienden sus habilidades sobre el lago Qian Hai. De repente, no sé si estoy en Pekín o en la Flandes helada de Brughel. La perspectiva con que Brughel pintó «Paisaje invernal con patinadores y trampas para aves» no debía de ser muy diferente a la que capta el ojo de mi cámara. Acerco el zoom, y la realidad se aproxima de tal forma que nada es lo que parece. ¿Patinan o simplemente caminan?





Fascinada por este juego de perspectivas que nos ofrece la técnica, sigo caminando por Houhai Bei Yan y me adentro en la vitalidad de China.  De repente una multitud en círculo llama  mi atención. Me aproximo al ruedo misterioso y veo con grata sorpresa que el protagonista es un pájaro del tamaño de un jilguero, de movimiento ágil y gracioso.  Erguido como un rey, nos mira a todos sobre un pedestal de madera. Alguien del público lanza una moneda y él, con toda la calma, baja de su jaula, camina hacia el yuan, lo recoge con su pico, regresa a la jaula, guarda en ella la moneda, y vuelve a erguirse agradeciendo el aplauso del público. Mientras, un hombre con tupé a lo Elvis Presley nos da las gracias por las proezas de su pájaro. Motivos para sentirse orgulloso no le faltan y especialmente, si compara su “ardua labor” con la del pobre taxista que le contempla mientras espera que algún turista, esperemos que no muy pesado, se suba en su bicitaxi. 












sábado, 24 de marzo de 2012

En el país de Gengis Kan


Sábado, 3 de marzo


            Si alguien nos preguntase sobre cultura gastronómica mundial,  la comida china, junto con  la francesa, española, italiana, japonesa y tailandesa estarían entre nuestras primeras respuestas. Más difícil imaginar sería escuchar un comentario sobre comida mongola. Y esa fue mi sorpresa cuando me proponen irnos a un restaurante donde se cocinan platos del país de Gengis Kan. La primera sorpresa que me encuentro cuando me siento en nuestra mesa es que lleva incorporado un fogón con mando regulable. Luego, nos llega una carta totalmente ininteligible, pero esta vez voy bien pertrechada. Mis amigos entienden suficientemente chino como para saber pedir. Y comienza el festín. Antes de que llegue la comida, nos dirigimos a una mesa adjunta donde se aglutinan cuencos y botes transparentes con salsas de todo tipo y color.



Cogemos varias, entre ellas una compuesta de aceite, perejil, ajo y guindilla que con solo mirarla, las mejillas comienzan a encenderse compitiendo con el rojizo de su textura. Y efectivamente, más adelante compruebo que la vista, esta vez, no me engaña.  Carne de ternera troceada tan finamente que podría ser nuestro jamón; pasta rellena de verduras, taquitos de tofu, albóndigas de ingredientes indefinidos, pasta sencilla… todo va siendo introducido en una especie de olla hirviente dividida en dos partes  que semeja  al taijitu, la forma más conocida de representar el yin y el yang.



Un lado es picante y el otro no. Poco a poco, el calor comienza a subirnos, no sé bien si por la olla hirviente o por la comida  que, a veces,  tenemos que rebajar con arroz. 

Ahora entiendo la fortaleza de las gentes de la estepa, que duermen tranquilamente en sus yurtas mientras la temperatura alcanza los 45 grados bajo cero. Si probar la gastronomía de otro país es una forma de viajar sin moverse del restaurante, también es una forma de abrir el apetito por visitar países que nunca estuvieron en tu lista de prioridades. Después de la exquisita “olla caliente”, tal vez sea bueno perderse por Ulán Bator.  Pero eso, formará parte de otro capítulo.






lunes, 12 de marzo de 2012

GuanchunchenchijaaAAÁ……..


Viernes, 24 de Febrero.

Apenas he llegado y ya tengo muchas anécdotas. Para no cansaros os contaré una de ellas. En la residencia nos limpian el apartamento. Tocan a mi puerta al día siguiente de mi llegada, y abro. Una china muy amable que sonríe me dice en buen chino que si puede pasar a limpiar. En ese momento me acuerdo de que al ducharme todo el agua había salido de la bañera, porque la cortina, mohosa, y con un fétido olor estaba esa mañana de vacaciones. Total que como no tenía nada para secar el suelo tuve que recurrir a las toallas y con gestos, y más gestos, le conté lo que había pasado. Ella me dice que esa toalla no es para el suelo sino para el cuerpo. Y yo, moviendo la cabeza de arriba a abajo, que sí, que ya lo sé, y vuelta a señalar la ducha, mover la cortina, etc, etc...


 
Bueno, después de media hora en la que la buena señora no paraba de hablar, algo que fonéticamente sonaba como guanchunchenchijaaAAAAtaete, claro, ¿verdad?. En fin, como os iba contando, la buena señora me retira todas las toallas, tanto las
limpias como las sucias. Intento cogerle las limpias explicándole que no hace falta que las cambie, que están limpias y sin utilizar. Pero mientras me hablaba el guanchunchinchejuuuuu sujeta con tal ímpetu las toallas que desistí de mi intento. Pensaba que sería un derroche ecológico lavarlas si estaban limpias, pero ante tal insistencia, no tuve más remedio que ceder y que se llevara las toallas. Al menos lo había intentado. A mi llegada de la facultad, iba pensando en darme una buena ducha caliente, cuando me doy cuenta de que faltan las toallas. Afortunadamente llegó el profesor que acompaña a los lectores y le dije que por favor pidiese toallas. Wang Lei, tan eficiente, habla con la encargada de la limpieza y después de diez minutos de intercambios fonéticos me dice en su correcto castellano que las toallas sólo son para los que se quedan una noche y que tengo que comprarme toallas. Pero después de examinar mi apartamento, no sólo fueron las toallas, sino los platos, cuchillos, tenedores, y todo lo mínimo que uno puede necesitar para sobrevivir durante seis meses. La nota a pie de página es que el personal de limpieza, hacen su trabajo tan concienzudamente que limpian todo excepto los muebles, y después, venden al mercado negro aquello que los  lectores han tenido que comprar durante su estancia. Así es que si te paseas por la trastienda encuentras todo un conjunto de utensilios que podrán venderte a distinto precio, todo consiste en la necesidad con que te vean, y en el arte de regatear que tú tengas.


 
Y esto es China. Tenderetes al lado de tiendas comerciales de lujo,
bicicletas compitiendo con los Audis de gama alta, y un sinfín de
contrastes que hacen que vivir en este país sea toda una aventura. Y
ya de los problemas informáticos, internet, etc, etc... mejor ni
hablamos porque si algo tan simple como el cambio de una toalla sucia se convirtió en un buen relato corto, lo que es un poco más
sofisticado puede convertirse en una novela decimonónica con ribetes gongorinos.






sábado, 10 de marzo de 2012

El traductor electrónico


Jueves, 23 de febrero de 2012.


Cuando en Oviedo comencé a contar mi nueva aventura, el irme un semestre como profesora a la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing, la gran pregunta de muchos  amigos era: ¿sabes comer con palillos? Lleva por si acaso un tenedor.

Y ésa era mi principal preocupación cuando decido, en mi segundo día, adentrarme en un restaurante y degustar la buena comida china. El pensar en el pollo con cacahuetes, la sopa de maíz, las patatas cortadas a modo de soja, y un buen arroz abría mi apetito de tal forma que actué como todo buen viajero que se precie en estos casos: entrar en el restaurante que más lleno estuviese de pekineses y menos de occidentales.


 
Mientras pensaba si recordaba cómo coger los palillos, llegó una camarera y me extendió sonriendo la carta. Primera sorpresa: estaba toda en chino. Intento hablar con ella y preguntarle, en un esforzado español cargado de  palabras inglesas, si no tiene una carta en inglés. Y la camarera toma el bolígrafo y comienza a señalarme los platos mientras yo me quedo encandilada escuchando unos sonidos totalmente imperceptibles. Algo así como: chunchenchaaataemaaa. Y claro, le señalo aquello que mejor me parece porque veo que comienza a inquietarse. Al fin y al cabo, el restaurante está, aunque parezca extraño en China, lleno de chinos.


 
Después de mi éxito al conseguir algo que todavía hoy sigo preguntándome qué era, me dispongo a pedirle un agua del tiempo para beber. Tras varios gestos,  ver que pasa una botella transparente mientras mi índice sigue su curso, y explicarle muy claramente que la quería del tiempo, la buena mujer me trae un agua gélida, un plato  tan exquisito como misterioso, y la cuenta, que como estaba claramente trazada en números, ya no había problemas de interpretación.



¡Maravilloso lenguaje aritmético que no entiende de barreras fónicas ni gramaticales! Finalmente, mientras degustaba la comida y tomaba el arroz con palillos, no podía dejar de preguntarme si más que un tenedor no hubiese sido mejor traerme un buen traductor electrónico.


viernes, 9 de marzo de 2012

180 días en Pekín




Miércoles, 22 de febrero de 2012


            El viaje a un país como China comienza mucho antes de tomar el avión, cuando buscas en tu biblioteca  los versos de Tu Fu, y Li Po, Los Cuatro Libros de Confucio o El barco de orquídeas, la antología que Kenneth Rexroth editó sobre poetas chinas. Antes de que te de tiempo a abrir El secreto de la flor de oro estás dentro del avión, sobrevolando Siberia, preguntándote cómo será la ciudad de Omsk, justo bajo tus pies, mientras la pantalla te indica que vuelas a casi 1000 kilómetros por hora y que la temperatura exterior es de 67º bajo cero.



Y sigue avanzando la noche. Una noche que comenzó a las dos de la tarde hora española, mientras tú cruzabas Polonia, y que como una premonición sólo terminará cuando llegues a Beijing. La noche y el día, como el yin y el yang: Asturias, despidiéndote con un espectáculo digno del Met de Nueva York, del blanco de las cumbres y las olas del Cantábrico al sol oculto bajo el cielo gris de Pekín. El profesor Wang Lei me estará esperando.



Me reconoce, intuyo quién es y cuando la puerta del aeropuerto se abre ante nosotros me digo: ahora sí que comienza todo, 180 días en Pekín.