miércoles, 14 de noviembre de 2012

En el templo Yonghe Gong

Domingo, 6 de mayo




Hay en Pekín citas ineludibles como la Ciudad Prohibida y la Gran Muralla. El Templo de los Lamas forma parte de ese conjunto arquitectónico imprescindible para el visitante. Mientras el Palacio Imperial permaneció vedado a la inmensa mayoría de los ciudadanos chinos también lo estuvo este inmenso lamasterio, accesible tan solo a sus monjes tibetanos y a la familia imperial. No soy la primera visitante española ni seré la última. Otros me precedieron, y algunos tan admirados y queridos como Vicente Blasco Ibáñez en 1923 y Antonio Colinas en  2002.




Ambos autores nos ofrecieron una nueva mirada del mismo. Por eso, la visita a este templo lamaístico irá guiada tanto por la visión realista del escritor valenciano como por la experiencia física y emocional que nos aporta el poeta leonés. Adentrarse en este recinto es abrirse a un mundo de nuevas sensaciones o en este caso, es mantener un diálogo con el pasado, una especie de chat a tres voces que nos conecta con nuestro presente mundo virtual.



La calle que recorro antes de llegar al templo de Yonghe Gong es todo un preludio del mismo. Una vecindad de sóforas ofrece sombra fresca entre la tenue luz. Justo en frente del lamasterio destacan las tiendas religiosas, apiñadas unas con otras, en competencia constante por ofrecer el mejor buda o por vender los inciensos de mayor calidad de todo Pekín. Un cúmulo de olores te penetra y la fragancia del jazmín, la rosa, o la lavanda entre tantos otros te deja sin olfato. El tráfico es intenso, por eso, cuando cruzas las puertas del monasterio, y te adentras en el recinto una calma te va envolviendo lentamente haciéndote olvidar el bullicio externo. El mundo en armonía parece abrirse a ti. 



En el extremo Norte de Pekín, cerca de la muralla de la Ciudad Tártara, esparce sus diversos edificios el templo del Gran Lama, famoso en otros siglos. Más que templo es un vastísimo monasterio, habitado por bonzos venidos del Tíbet, a los que se unieron chinos budistas deseosos de recibir las doctrinas guardadas durante largos siglos por el Gran Lama en su misteriosa ciudad de Lassa. Este templo de Pekín llegó a albergar 1.500 bonzos, proveyendo los emperadores a la manutención de todos ellos y haciendo además cuantiosos donativos para embellecer y agrandar sus construcciones.
Mientras duró el Imperio, el templo del Gran Lama y su seminario de bonzos fueron tan cerrados y hostiles al extranjero como la Ciudad Prohibida. Con el triunfo de la República, llegaron para este monasterio la pobreza y el olvido. Los republicanos chinos son indiferentes en materias religiosas o profesan la filosofía de Confucio, el más alto personaje nacional .


La descripción que Blasco Ibáñez hizo del templo Yonghe Gong me acompaña mientras cruzo el umbral. Su libro, La vuelta al mundo de un novelista, fue escrito desde su residencia de Mentón, y publicado en Valencia en 1924. A lo largo de sus tres volúmenes el novelista nos describe los Estados Unidos, Cuba, Panamá, Hawai, Japón, Corea, Manchuria, China, Macao, Hong Kong, Filipinas, Java, Singapur, Birmania, Calcuta, India, Ceilán, Sudán, Nubia y Egipto. Podréis pensar que ante un viaje de tales dimensiones el escritor se limita a descripciones superfluas. Nada más lejos de la realidad. El autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis nos dejó una visión detallada y certera de los lugares que conoció.




El crecimiento actual de la ciudad de Pekín hace que el templo Yonghegong, templo de los Lamas o Palacio de la Paz y la Armonía, se encuentre prácticamente en el centro de la ciudad, al noreste de Tiananmen, próximo al segundo anillo. La muralla de la Ciudad Tártara fue destruida en los años 50 cuando Pekín es reestructurada con el objetivo de ensanchar calles y avenidas. El Palacio de la Armonía es su lamasterio más importante, con un eje principal que cruza los sesenta y seis mil cuatrocientos metros cuadrados. El complejo está formado por cuatro grandes patios y dos antojanas, en el que destacan tres grandes arcadas y cinco salones principales. Como muchos de los edificios históricos su función ha variado a lo largo del tiempo. El emperador Kangxi lo construyó en 1649  para su hijo Yong, quien una vez emperador seguía pasando temporadas en él. De hecho, fue su sala mortuoria en 1735. Nueve años después se convierte en templo lamaísta. Durante el Imperio gozó del privilegio y el apoyo de los emperadores pero su caída propició la decadencia del monasterio. Este es el panorama que se encuentra Blasco Ibáñez en 1923:



Para poder vivir han abierto los bonzos el templo del Gran Lama y lo muestran lo mismo que un museo. Algunos de ellos hasta aprendieron unas pocas palabras de inglés para pedir propina a los visitantes.
Como todos los monumentos chinos, es una agrupación de edificios sueltos, con patios enlosados de granito y un jardín de cedros seculares. En todo el Extremo Oriente no he visto nada que de una impresión de absoluta vejez como este templo caído en la pobreza.
Esta pagoda, majestuosa en otro tiempo, tiene ahora sus techumbres cubiertas de matorrales. Una variedad innúmera de plantas parásitas silvestremente floridas ha surgido entre las tejas, separándolas con el empuje de sus raíces. Los cuervos, eternos figurantes de todo cielo de Asia, revolotean sobre los patios o se alinean en los aleros, lanzando graznidos. Las maderas enormes de los techos están acribilladas por la carcoma y dejan caer poco a poco su corazón hecho polvo. Las columnas pierden sus estucos rojos y se motean de blanco con la viruela de la vejez .



Nada tiene que ver la actualidad con la decadencia narrada por el escritor valenciano. Esta pagoda sí vuelve a ser majestuosa, y su nueva restauración ha eliminado todo atisbo de carcoma y malezas. El rasgo común que caracteriza la arquitectura tradicional china es la de estar construida sin clavos, lo que permite una flexibilidad a prueba de movimientos sísmicos. En este caso, sus techumbres son un conjunto policromado en el que se alternan los colores verdes, azules, rojos con el dorado, otorgando al conjunto una visión alegre y juvenil. Las columnas visten sus nuevas túnicas granates con orgullo, como si fuesen conscientes de su pobreza reciente. Adentrarse en el actual templo de los Lamas después de haberlo visto a través de la mirada de Blasco Ibáñez es como pasar del cine en blanco y negro a la pantalla en color.
 
 


 
Pero de todo esto y mucho más hablaré en las siguientes entradas. 
 
 
 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Weigongcun

Sábado, 5 de mayo



Weigongcun es un barrio popular que se extiende a lo largo de varias manzanas. Circunda la Universidad de Estudios Extranjeros (BFSU), y la Universidad Politécnica o literalmente Instituto Tecnólogico de Beijing (BIT). Sus calles son estrechas y el caos se adueña de las horas punta. Está dentro del tercer anillo, en la zona noroeste de Pekín, justo en la misma dirección que la Universidad Renmin, la archiconocida Universidad de Pekín y el Palacio de Verano.




Weigongcun y BFSU en el plano ciudad de Pekín


Weigongcun pasa desapercibido en las guías turísticas pero conserva todo el encanto de la auténtica ciudad pequinesa. Hay quienes ven en los cientos de sus centros comerciales y McDonald’s la esencia de la nueva China; consideran que lo popular es una especie a extinguir, una atracción más del turista incauto. Nada de los dos mundos es incompatible, y los pequineses disfrutan tanto de los grandes almacenes, como comprando por Internet, o tomando las calles cercanas a sus casas y comiendo al aire libre. La faz de esta gran urbe es poliédrica, y podríamos decir que alberga tantas ciudades dentro de sí misma como rostros tiene el alma humana. Así, cada atardecer, una masa ingente de vecinos habitan las calles de Weigongcun, bien sea para cenar en improvisadas terrazas, para hacer cola en el puesto de zumos, o para comprar fruta en los múltiples tenderetes.







En esta zona universitaria, próxima a la Biblioteca Nacional, imperan tanto los restaurantes como la alegre y distendida vida estudiantil. Los jóvenes organizan fiestas, se reúnen en los bares, aunque sus diversiones no pueden igualarse a los fines de semana españoles. En general, los alumnos chinos estudian bastante más que los latinos, y las fiestas terminan a la hora que comienzan en España. Lo que sí es habitual es verles cenar tanto en puestos callejeros, como en restaurantes típicos o en las cafeterías occidentales. Weigongcun destaca por su oferta gastronómica. Por un lado, carros y cajas de frutas, huevos, u hortalizas inundan sus calles y autovías, mientras que por otro, proliferan pequeños puestos de comida rápida asiática, como el sushi, o restaurantes internacionales de diferentes gamas, desde vietnamitas a italianos. También es frecuente practicar la medicina en plena calle, y así, un joven médico toma la tensión a los circundantes en una improvisada consulta.







 Nuestras cafeterías occidentales combinan magistralmente el encanto del este y el oeste, y en ellas, puede tomarse café, té, zumos recién hechos o diferentes tipos de pasta, sándwiches, o pizzas. Aunque la comida del país sea exquisita, perderse una vez por semana por estos oasis europeos es toda una necesidad. El sabor de la pizza o la ensalada, pese a su toque exótico, se agradece. Es sentirse más cerca de casa. Son lugares confortables, con amplios sofás, música anglosajona y donde los clientes pasan horas leyendo, tecleando en el portátil, o simplemente conversando en voz baja. Y dato importante: hay cuchillo y tenedor, detalle que se echa de menos cuando llevas meses comiendo con palillos.




La gran paradoja de Weigongcun es albergar varias universidades de las más importantes del país, mientras se muestra carente de librerías y quioscos. En sus largas manzanas, recorrerlas puede llevarte de quince a veinte minutos, sólo me he encontrado con dos puestos de prensa. Uno dentro del campus de mi universidad, y otro al lado del metro. Al no poder leer chino me siento perdida respecto a los periódicos del país. La BFSU tiene la deferencia de regalar a sus profesores extranjeros el China Daily.




 Cada tarde, al llegar a la residencia, este periódico con su inglés asequible, en las antípodas del Times, me espera en el casillero. Aunque el diario me gusta, mi gran incógnita es acerca de la prensa escrita china y de su situación actual. Nada tiene que ver ésta con la  estampa que  describía  Adolfo de Mentaberry en 1869. Realmente en aquel entonces la situación no podía ser más desoladora. Leamos sus propias palabras:


La gaceta de Pekín (Tchin – Pao) sólo contiene actos oficiales: nombramientos de mandarines, el título concedido a un dios de un río, el arco de triunfo acordado por el emperador a una viuda virtuosa (…). Y no menciono algunos diarios recientemente fundados en Hong – Kong y en Shangai, porque aún cuando se imprimen en lengua china, sus redactores son europeos y carecen generalmente de estilo y de sabor local .


Diario Guangming

Diario del pueblo



En la actualidad los periódicos más importantes de tirada nacional son: Diario del pueblo, y Diario Guangming. El primero es el portavoz del Gobierno, y el referente fundamental de la prensa escrita china. El segundo es una especie de recopilatorio de las noticias más importantes de la prensa extranjera. También, al igual que en España, existen periódicos provinciales y locales con tiradas muchísimo menores que estos mencionados. Y también, al igual que en el resto del mundo occidental, la prensa sufre una gran crisis, fundamentalmente a causa de la lectura electrónica, pero también debido a otros factores internos. En Pekín no es habitual ver a sus ciudadanos leer el periódico en los transportes públicos. En el metro, por ejemplo, se lee mucho pero la mayoría en formato electrónico, sea lector o ipad. Hay que tener también en cuenta la falta de espacio. Coger el metro a las cinco de la tarde, hora punta en Pekín, significa que no tienes sitio ni para el bolso colgado de tu hombro. La muchedumbre se hacina de tal forma que los brazos han de ir estrechamente pegados al cuerpo y no hay forma de llegar a la barandilla de sujeción. Simplemente te sustenta la marea humana. ¿Podéis imaginaros intentar sólo leer la portada del diario en estas condiciones?





Además, la gente joven, adicta a los últimos avances tecnológicos, no se despegan de su tableta informática, y ya no tienen hábito de leer el periódico a la antigua usanza. La presión de los propietarios de prensa ha sido tan grande que han llegado a lanzar ofertas en las que la suscripción durante un año implicaba comprar el periódico a menos de un yuan además de recibir un lote de regalos. He visto a mis alumnos leer la prensa pero siempre a través de sus ipads, y por supuesto, gratuitamente. No sé qué ocurrirá en el futuro, pero los periodistas lo tienen cada vez más difícil. Sin embargo, un hálito de esperanza me impide ser derrotista y pensar que la era informática es el fin de la prensa escrita. Simple anhelo, o tal vez, sentido común.





jueves, 8 de noviembre de 2012

El aire que respiro II

Sábado, 5 de mayo

La esencia de las ciudades  se encuentra en sus diferentes olores. Éstos se impregnan en tu memoria conformando una idiosincrasia personal imposible de captar con la cámara. No podría definir una gran urbe como Pekín con sólo un olor. Según los sitios por donde transites, su aroma es diferente. Del espacio abierto de Tiananmen donde el aire parece fresco, se pasa al aire condensado de Weigongcun en la mañana, o al olor a comida frita en el atardecer.




 Hoy es una mañana de sábado azul, donde las cocinas improvisadas de las calles aún no han comenzado a freír. Por eso, en Weigongcun el aroma de los puestos de fruta se cuelan entre la fetidez del pequeño vertedero, justo en la salida trasera de la universidad. Hoy la novedad no está tanto en el sol de Pekín ni en este cielo  tan claro que me recuerda la luz madrileña, sino en la ausencia de olor.



En una ciudad tan poblada, los olores son tantos y tan frecuentes, que olvidas lo que es vivir en una atmósfera inodora. Desde mi llegada, el olfato se ha entumecido, porque Pekín no huele bien. Por ejemplo, dirigirme de mi casa a la facultad, supone soportar la hediondez urinaria de los barracones donde se hacinan quienes están construyendo el nuevo edificio del campus.  Viven en casas prefabricadas, alejados de sus familias que normalmente se encuentran a miles de kilómetros de la gran ciudad, en pequeños pueblos, en el campo. Por eso, procuran trabajar sin duelo, de lunes a domingo, con el fin de ganar un dinero que pueda mejorar sus ínfimas condiciones de vida. Este tipo de vivienda no es exclusiva de la ciudad universitaria, todo Pekín está poblado con este tipo de alojamientos construidos a pie de obra. 








Después, la tufarada de polvo y construcción, al pasar al lado de una promesa que no interrumpe su trabajo sea de día o de noche. Y es que las grúas en China no descansan nunca. Al acercarme al tercer anillo (la ciudad está dividida en anillos que giran en torno al punto cero o plaza de Tiananmen), se extiende una carretera de varias vías y predomina el dióxido del automóvil. Sigo avanzando, a través de un pasadizo donde los cocineros ambulantes instalan sus freidoras y ofrecen el desayuno o la cena, según la hora del día. Aquí los olores se diversifican al igual que el tipo de comida. Sin embargo, tienen algo que les caracteriza: el hedor a aceite refrito.




El mejor olor llega  al inicio del campus del Este. Es una plaza grande, con árboles, donde predominan las bicicletas y la circulación de vehículos es escasa, sólo permitida al personal laboral de la universidad. Entrar en este campus es respirar agua fresca, como penetrar en un mundo inodoro, un oasis que se mantiene impertérrito ante la amenaza pestilente que le rodea. Si es primavera, el aroma se viste de color y huele. El jardín se eleva con flores y asoman tímidos perfumes que te acercan a la fragancia. 
Sin duda, hoy es el mejor día para adentrarme en el mundo irisado de Weigongcun.




martes, 6 de noviembre de 2012

El aire que respiro

Sábado, 5 de mayo de 2012


La primavera llega a Pekín y son las distintas variedades de sóforas quienes mejor dan cuenta de ello. Las avenidas de la universidad se cubren de racimos blancos, y la esbeltez de sus troncos simulan un ejército bien formado abriendo paso al transeúnte.




Las sóforas o sofor (en masculino) es una variedad de acacia que se conoce en España por el “árbol de la miel”, “árbol de las pagodas” o “falsa acacia del Japón”. Suelen poblar los paseos de las grandes ciudades europeas y americanas. Así, en Madrid o Barcelona podemos encontrar avenidas franqueadas por sus troncos rectos, e incluso, en parques tan bellos y emblemáticos como el de Ferrera en Avilés. Es un árbol de hoja caduca proveniente de China, aunque sea Japón quien se haya atribuido falsamente su autoría. Se cree que a España llegó en el año 1750 a través de Francia, de la mano de Bernard de Jussieu. Este eminente naturalista, conocido entre otras investigaciones por ser el encargado de reordenar las plantas del Jardín Real del Trianon de Versalles, tenía una estrecha relación con nuestro país, al que conoció de joven, y donde descubrió su pasión por la botánica.



No muy distinto es el caso de la “sófora japónica pendula” o “sófora llorona”, prima hermana de la anterior, que se introduce en París, primero, y después en España, a mediados del siglo XIX. Con sus ramas ondeantes al viento, y sus hojas desprendiéndose lentamente como las del sauce, ha sido la principal inspiración de la pintura china durante siglos.








Acompasada por las columnas salomónicas de las sóforas, me adentro en el barrio popular de Weigongcun. El silencio del campus desaparece ante el bullir vívido de la ciudad. Es una mañana de sábado, y el cielo azul, tan extraño en Pekín, dota de una luz especial a sus calles. Todo parece hoy un poco menos sucio, especialmente esta zona que al no ser turística, muestra siempre su cara desnuda, sin ningún tipo de maquillaje. Hasta la contaminación ambiental simula darnos hoy una tregua y no se necesita la mascarilla para respirar.





Vivir en una ciudad con una atmósfera tan cargada como es Pekín te hace meditar sobre algo tan esencial y gratuito que ni siquiera eres consciente de ello: el aire que inspiramos. Hay días en que hay tanta polución que cuesta respirar. Por eso, el uso de las mascarillas. No se trata de una prevención contra la gripe, de un evitar contaminar a otros, es más cuestión de supervivencia, de protegerse uno mismo contra un medio hostil. Esta idea que tenemos los occidentales cuando vemos en el telediario ciudades de Asia donde circulan o caminan con mascarilla y creemos que es para no transmitir los virus a otros, es falsa. Las mascarillas se llevan principalmente los días donde la contaminación atmosférica es tan elevada que es perjudicial para la salud. Por eso, en esos momentos de alto riesgo, lo mejor que uno puede hacer es procurar salir lo menos posible, estar en establecimientos cerrados, y si se va a practicar algún deporte, no hacerlo al aire libre. No suelo mirar el nivel de contaminación a través de webs americanas (que son las que informan de la realidad) para no asustarme. Me basta simplemente salir a la calle y respirar. Si al hacerlo siento sensación de ahogo, ya sé que ese día es mejor quedarse en casa, o en la facultad, y salir solo lo necesario. Realmente, si aún y todo  decides pasear durante un buen rato, terminas sintiéndote enfermo y débil, como si un veneno se adentrase en tus pulmones.
Pero hoy, el cielo azul y el sol parecen indicar que la ciudad se rinde a tus pies y que es un excelente día para caminar. Y qué mejor forma para ello que emular las costumbres de las mujeres chinas: sombrilla en mano, y paso tranquilo.








sábado, 3 de noviembre de 2012

Menú universitario


Jueves, 3 de mayo

La mayoría de las informaciones gastronómicas que nos llegan de China a Europa se centran en los restaurantes o en la alta cocina, pero obviamente, este tipo de comida no conforma la dieta básica diaria. Al igual que nosotros tenemos nuestras lentejas, garbanzos y alubias que no consumimos en nuestras cenas fuera de casa, lo mismo ocurre en el Celeste imperio. Por eso, creo que es interesante dar a conocer cómo es su rutina gastronómica, y en mi caso, cómo es el día a día en un comedor universitario. En términos generales, la comida china no sólo es muy rica sino que además es sana. Se compone principalmente de verduras, arroz y pasta. Esta última, base de la comida italiana, fue introducida en Europa por Marco Polo. Además, la calidad de los alimentos recibe un gran control estatal, por lo que el grado de polución de las hortalizas es mucho menor que en las fruterías y grandes supermercados.






En el comedor universitario, hay alternancia cada semana de bufé y menú. En el primer caso, diez grandes bandejas de acero inoxidable exhiben distintos tipos de comida. La mayoría son clases de verduras cocidas (la variedad que tienen es más abundante que en España) y sólo dos o tres llevan pequeños trozos de carne o pescado. Que nadie se imagine comer una chuleta en Pekín porque nuestro concepto de bisté allí no existe. Por ejemplo, los padres de mis alumnos, la mayoría totalmente ajenos a la cultura occidental, sienten el mismo rechazo por nuestras chuletas en su punto como nosotros por la carne de roedor. Sea ternera o cerdo todo ha de ir muy bien guisado. Y como no hay cuchillos, los trozos vienen siempre cortados menudamente, preparados para los palillos. Hay veces que es difícil distinguir el tipo de carne que estás ingiriendo.




Similar es el caso del pescado. Troceado, guisado, y con guarnición, inútil intentar averiguar la clase del mismo. En cambio, en los restaurantes, ocurre todo lo contrario; la mayoría de ellos tienen acuarios y el cliente elige in situ. Lo habitual es que el pescado se presente en una gran bandeja. Los comensales van desmenuzando con los palillos y comiendo poco a poco mientras degustan otros platos. El mayor problema es que al ser en su mayoría  peces de roca, alimentados en piscifactorías y acuarios, resultan totalmente insípidos al paladar.



 

Como acompañante sempiterno está el arroz que se prepara de diferente forma al español. Está más cocido y más compacto, permitiendo ser cogido por los palillos sin caerse. Esto se debe a que se cuece en unas ollas especiales y exclusivas donde permanece caliente durante horas. La sopa es otro incondicional en su dieta diaria y su ritual es diferente al nuestro. No se circunscribe al primer plato, sino que se va tomando durante toda la comida y sustituye a la bebida.


Los chinos apenas beben mientras comen, todo lo más té caliente, o infusión. Cosa distinta es cuando se reúnen fuera de sus casas, donde predomina la cerveza, mucho más suave que la europea. En el menú universitario, por ejemplo, sólo puedes servirte té. Es cierto que en la cena puedes comprar cerveza, pero ¡ojo! si no lo pides ex profeso te la servirán del tiempo. Y dentro del tipo de infusión, puedes encontrarte con sorpresas que aquí son impensables. Existe el té de jazmín, o la tisana de crisantemo, famosa por sus propiedades relajantes. Cuando abres la tetera y ves sus flores dentro no puedes evitar recordar que son propias de noviembre, las mismas que pueblan todos los cementerios de España.

 


Tomar la bebida caliente es una de sus costumbres más arraigadas. Consideran que el líquido frío es perjudicial para la digestión. Aunque pidas agua, ésta te la sirven siempre hirviendo, salvo que indiques lo contrario. Y  ¿podríais  intentar explicar que os gustaría tomar la cerveza fría o el agua del tiempo sin hablar chino?... Yo no pude conseguir que me entendiesen en estos meses, así es que me acostumbré a tomar todo templado, o caliente y… la consecuencia no se hizo esperar: sienta muy bien al cuerpo. Os lo recomiendo.


jueves, 1 de noviembre de 2012

En el restaurante Liuheju


Jueves, 3 de mayo

Después del exotismo gastronómico de las entradas anteriores tal vez os estaréis preguntando si al final me atreví a probar los famosos guisos de ratón y de serpiente, o hice como Adolfo de Mentaberry y decliné la aventura. Ni en Pekín, Sichuan o Shanxi estos insólitos manjares constituyen su seña de identidad y por lo tanto, ninguno de mis amigos chinos me propuso degustarlos. La invitación que sí acepté encantada fue la de la familia Yang en el restaurante Liuheju. Este lugar es conocido por el pato pequinés.



Una de las características del pueblo chino es su cortesía y buen hacer con los invitados extranjeros. Por eso, no se limitaron solamente a pedir pato laqueado sino que además me ofrecieron una degustación de la comida típica del norte de China: ¡exquisita! Y esta abundancia  captó mi atención desde mi llegada a Pekín. Así es costumbre, cuando se reúnen varios comensales en torno a la mesa, siempre redondas y con un torno de cristal en el centro, demandar una cantidad ingente de platos. Y si sobra comida, se habla con el camarero, se pronuncia la palabra mágica “tapau”, es decir, “para llevar”, y en seguida regresa con distintos tipos de envases. En China llevar la comida sobrante del restaurante es lo habitual. Lo extraño, es hacer lo contrario.








El pato laqueado se sirve acompañado de tortas, palos de apio y cebolleta muy suave junto a una salsa tan indescriptible como rica. En la torta se coloca un poco de la carne, la verdura y la salsa y se repliega como si fuese un bocadillo. El resultado, excelente.




A continuación, la mesa fue decorándose con una variedad de colores y aromas: tofu, pollo con cacahuetes, patata cocida en forma de tiras, cerdo agridulce con pimientos, dumplings, que son una especie de nuestras empanadillas pero sin freír, y lo que ellos denominan tortilla, una masa redonda de hojaldre rellena de verdura. Como postre se toma fruta. Además, la familia Yang me ofreció el vino chino que se produce, al igual que hace siglos (Marco Polo da cuenta de ello), en la provincia de Shanxi.

   


Si este es un ejemplo de excelencia gastronómica, ¿qué ocurre con el devenir del día a día? ¿es la comida del comedor universitario tan exquisita? ¿forma el pato laqueado parte de la dieta diaria? Todo ello se verá en la siguiente entrada, pero hasta entonces: zhú hăo wèi kŏu! o ¡buen provecho!